domingo, 29 de noviembre de 2015

Crónica de cómo conocí a mi ninfa

PARTE I
Publicado en https://revistaliterariasinapsis.wordpress.com/ediciones/edicion-7-la-odisea-del-romanticismo/



No, no es lo mismo que te guste el sexo a que seas malditamente adicta. Hiperactivamente hipersexual. Bellísima. Empecé a salir con Alessandra en enero de este año. La conocí por Layla; una amiga del trabajo. Fue en la noche de navidad en la que me reuní con unos compañeros en el patio de mi casa. Llegó mucho después de que estuviésemos todos instalados; pasadas las ocho de la noche. Entró con un suéter carmesí a juego con su labial y unas botas marrones para el frío.

Layla parecía molesta:

–Te presento a mi amiga Alessandra Mussi, Sebastián. Hubiese llegado más temprano, te lo juro, pero cuando llegué al departamento de Ale, bueno… -  dudó – ella aún no estaba lista y tuve que subir a ayudarla con algunas cosas.
- Lo importante es que ya están acá–, dije – espero que disfruten y bienvenidas a mi hogar, dulce hogar. – Les hice un guiño y me alejé, disimulado pero lo suficientemente rápido para bajar a los hijos de mi jefe de la escalera de bastones de navidad que formaba parte de mi decoración.
     
Ella se sentó en el bar, inquieta, no dejaba de mover los pies, pero no separaba su entrepierna por nada. Se mordía los labios  y pasaba las uñas desde su frente hasta la parte de atrás de su cabeza en un gesto ansioso, sensual. Iba al baño con frecuencia y regresaba relajada, supuse que sufría de incontinencia o algo similar. A un cuarto para las doce, varias compañeras llevaron a los niños a dar una vuelta y fue cuando me acerqué a ella.

-  ¿No te agradan mucho los niños? –pareció impresionada por la cercanía pero en seguida se tornó calmada de nuevo. – ¿no te agrada la navidad?
- Digamos que prefiero entornos más íntimos.
- Bueno, los niños no durarán mucho más después de los regalos ¿qué te parece si te quedas con nosotros otro rato y tal vez así nos podamos conocer un poco mejor?
- Ya veremos… Sebastián ¿no?

Tal y como lo había predicho, a las doce y media no quedaban casi personas en la reunión, y a la una, Layla anunció su despedida. Por suerte, Alessandra no se fue. Le serví una copa y pudimos conversar en un ambiente más íntimo.

Honestamente, no estoy seguro de que pasó después. Al vernos solos intuyó mis intenciones y se apropió de ellas: desvistiéndome, jalando los pantalones de mi traje hacia abajo, abriendo mi camisa con los dientes y reventando los botones uno por uno. Le alcé para llevarla al segundo piso pero se rehusó, parecía molesta de tener que prolongarlo más. Me tiró sobre el sofá más cercano y empezó a ahorcarme con una mano, mientras que con la otra bajaba mi ropa interior para descubrirme muy emocionado. Empecé a gemir por inercia y eso pareció ser un punto débil para ella, que clamaba por más con sus labios carmesí y su lengua ansiosa.

Desperté en medio de la cocina, con la cabeza cerca del horno y rodeado de trapos que aparentemente cayeron al suelo por nuestro golpeteo continuo. Me fijé en que mi compañera no tenía más que un par de ojos de frustración clavados en el techo. No pudo haber sido tan malo, pensé, recordé sus ojos volteados repetidas veces y su respiración entrecortada con su cuerpo tenso en medio de un orgasmo mientras la lamía. No fue en absoluto malo ¿cómo podía tener esa cara?

A la mañana siguiente le ofrecí desayuno y transporte, todo lo rechazó y salió disparada a buscar un taxi. Pensé que no la volvería a ver. Pero en enero del 2015; mientras caminaba al parque donde suelo trotar en las mañanas, saliendo de un edificio, la volví a ver con la misma cara de insatisfacción de aquella noche. La llamé pero no me escuchó, caminé tras ella un par de cuadras hasta que dobló en una esquina, al llegar allí me detuve y viré. Bajé por unas escaleras que se dirigían a un establecimiento en el sótano de un edificio. Caminé por lo que parecía ser una clínica, se me acercó una enfermera preguntando si podía ayudarme en algo; le dije que venía recomendado por una amiga, Alessandra Mussi, quien  estaría allí a esa hora. Ella me señaló el camino y entré a una habitación color azul cielo, con quince sillas ordenadas en círculo casi todas ocupadas. En cuanto me vio, pareció asustada, se levantó rápido, me tomó del brazo y me sacó a regañadientes.

- ¿Qué clase de enfermo eres?
- Ninguno, vengo a esta reunión.
- Pues no anunciaron nuevos miembros. Además, tú no eres ningún satiriaco.
- ¿Qué es eso? ¿Hacen cuentos mitológicos aquí?
- No, imbécil, satiriaco, satiriasis, adicción al sexo. No me mires así, no necesito tu perversión o tu lástima, me masturbe ocho veces antes de venir a acá y estoy limpia.
- Yo… no quise insultarte, sólo, te quería saludar… la pase muy bien aquella noche y, espera ¿adicta?
- ¿Realmente adicta? Eso es bastante interesante, no me lo hubiese imaginado, aunque para serte honesto, me siento aliviado, pensé que no la habías pasado bien. – iba a reírme de mi comentario pero no me dio tiempo porque me zampó una cachetada mientras me llamaba imbécil.
     
Se quedó viéndome fijamente, enojada, volvió a jalarme de la camisa y corrimos por un pasillo a la derecha y luego a la izquierda, llegamos a un closet de servicio, me introdujo en él y molesta, muy molesta, se desahogó. Era impresionante cuando se enfadaba, no me dejaba mover; era como tomar éxtasis y que todo lo que está a tu alrededor confabulase para asombrarte.
     
Me enteré al día siguiente, conversando con ella en su habitación, que iba a ser su primera reunión, me culpó por no poder asistir y se molestó. Se siguió molestando conmigo y aprendí a llevarle siempre la contraria, porque verla desnudarse desesperada y acercarse a apretar fuerte lo más duro de mí, sabiendo que no me dolía sino que como a ella, me frustraba y me dejaba sin más remedio que buscar más, no tenía precio.

Mi nombre es Sebastián y mi novia es una ninfómana

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