viernes, 29 de noviembre de 2013

De muchas caras pero de la misma hora


A la hora esa en la que unos se esconden para hacer el amor y otros salen para robar las calles, a esa hora lo está esperando, y vaya que lo espera. A veces para hacer la primera cosa que se hace de noche. Para con él acostarse y no poder dormir. Lo espera para respirar un ratico y ganar algo mientras escuchan música de esa que ponían en los antros  de los 50,  pero los de mala muerte, los de los mataderos del boulevard.
Y cuando llega al fin, se van callados y abren la puerta entre risas de ebriedad.

Otras veces toca la puerta con las mismas ganas y otra cara; y ella, ella a quien solo le importa que llegue, gira la manilla suave para darle las buenas noches. Lo lanza, lo aparta, lo acerca y lo termina.

Los viernes casi siempre llega varias veces y cada vez con distintas exigencias; que le hable al oído, que le cante, que se disfrace. Al de piel más oscura no le gusta que haga mucho ruido, aunque sea difícil; y al de la calva le gusta que le den café, aunque sea la hora que es siempre que ella los espera.
Importa que quieran que ella los espere con constancia para que les voltee el mundo sin dejarlos nunca dormir. Mañana ya vendrán más con las mismas ganas y con otras caras.

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